dimecres, 1 de maig del 2013

1. El profesional ante la evaluación familiar

[ÖMuchos son los aspectos destacados y estudiados del profesional cuando tiene ante si la labor de realizar una evaluación de la famiila. En este apartado queremos deternos en dos aspectos que nos parecen relevantes: la autoreflexividad y la complejidad, por la incidencia que tienen en el propio profesional y en su labor como tal.


Autoreflexividad

Los instrumentos de evaluación, como las escalas de evaluación familiar, no pueden sustituir al profesional, ni deben liberarlo de su acto de evaluación. Las escalas de evaluación familiar nos proporcionaran una información de lo que la escala valora. Esa información debe ser interpretada, analizada y valorada por el profesional, tanto dentro del contexto de la misma escala como, y sobretodo, en el contexto del sistema familiar. Las escalas de evaluación familiar son instrumentos creados por sujetos, para valorar sujetos e interpretadas por sujetos. Lo cual, nos recuerda que debemos tener presente al profesional sujeto desde el que se efectúa la evaluación, aunque ésta se lleve a cabo mediante la información proporcionada por unas escalas de evaluación familiar. ¿Qué importancia le atribuye el profesional a esa información en el proceso de evaluación? ¿De qué otras fuentes y medios se sirve para recabar información? ¿De qué manera integra para el diagnóstico familiar la información proporcionada por las escalas con la información recogida por otros medios? ¿Cómo gestiona la información con respecto a la familia?


Debemos sustituir la noción de objetividad por la de responsabilidad [1]. Debemos incorporar la autoreferencia y la recursión desde la posición del observador que se observa a si mismo en sus propias observaciones, en su acto de observar y distinguir. Es decir, debemos observarnos (autoreferencia y recursión, autoreflexividad) en el proceso de evaluación que llevamos a cabo respecto a las familias y tomar buena cuenta de nuestras distinciones, de lo que para nosotros es relevante en y para la evaluación familiar, en definitiva, de nuestro sistema de creencias, de nuestra epistemología.

Saber qué y cómo queremos evaluar cuando evaluamos a una familia nos proporciona información sobre lo que para nosotros es relevante y para decidir, en nuestro caso, que escalas de evaluación familiar nos parecen más oportunas.

Complejidad

En la evaluación, según Millán (1987) podemos distinguir los mismos niveles de la investigación científica: nivel descriptivo: recogemos información de acuerdo con unas categorías, etiqueta o rotulados; nivel relacional: la información recogida se agrupa en constructor más complejos (ejemplo, los desórdenes, trastornos o síndromes); nivel predictivo: se interpreta la información en términos seriales y predictivos; y nivel teórico: se elabora una teoría o modelo que pretende explicar, controlar y modificar la dinámica estudiada.

Morin (1999) llamará conocimiento a este último nivel: El conocimiento no es conocimiento si no es organización, puesta en relación y en contexto con las informaciones (…) constituye a la vez una traducción y una reconstrucción, a partir de señales signos, símbolos, bajo forma de representaciones, ideas, teorías, discursos [2]. El conocimiento además tiene que ser conocimiento pertinente capaz de contextualizar: situar toda información en el contexto en que se genera, y de globalizar: ubicarla en su entorno cultural, económico, político y natural. El conocimiento es pertinente en tanto organiza la información y busca desvelar la complejidad.

Las informaciones constituyen parcelas del saber dispersas. (…) Es la materia prima que el conocimiento debe dominar e integrar [3]. Bateson hablará de información como la diferencia que diferencia, y Maturana de unidades: cualquier cosa que un observador puede distinguir, lo cual nos remite a la existencia del observador que hace las distinciones. Así, el dominio de las observaciones posibles queda determinado por las propiedades del sistema que observa (…) Pero, si hablamos de este modo, resulta claro que el objeto percibido necesita de un observador para aparecer [4].

Para Morin (1999) el conocimiento debe ser revisado y reconsiderado permanentemente por el pensamiento, lo cual nos devuelve otra vez a la autoreflexividad. Para comprender el mundo hemos de empezar comprendiéndonos a nosotros mismos, es decir, a los observadores [5]. La mejor herramienta somos nosotros mismos si aprendemos a (re)pensar y (re)pensarnos en un ejercicio de circularidad y recursión (auto)reflexiva [6]

A donde nos llevan estas reflexiones: a la recuperación de la subjetividad, a preservarnos ante la objetividad. Como señala Ibáñez (1991), refiriéndose a Von Foster, (…) no existe el objeto, existen solamente descripciones del objeto. La descripción del objeto está determinada, en primer lugar, por la capacidad de percepción del que lo percibe [7].

Somos sujetos conocedores y conscientes de nuestra subjetividad que intentamos objetivar nuestras percepciones mediante técnicas y procedimientos diversos. Como las escalas de evaluación familiar, que no podemos objetivar como si fueran ajenas al sujeto que las ha diseñado a partir de su percepción del mundo: haciendo distinciones y marcando diferencias, categorías y clasificaciones. Las escalas son un medio, que aporta un tipo de información, que ayuda a nuestro conocimiento (de las familias) para efectuar una evaluación de las familias.

Sigue >> 2. El estudio de la familia desde el modelo sistémico. Aproximación



[1] Segal, L. (1986) Soñar la realidad. El constructivismo de Von Foster. Ed. Paidós, Barcelona, 1994, pag. 26
[2] Morin, E. (1991) La mente bien ordenada. Ed. Seix Barral, Barcelona, 2001, pág. 18 i 29
[3] Morin, E. (1991) La mente bien ordenada. Ed. Seix Barral, Barcelona, 2001, pág. 18
[4] Segal, L. (1986) Soñar la realidad. El constructivismo de Von Foster. Ed. Paidós, 1994, pag. 96-97
[5] Segal, L. (1986) Soñar la realidad. El constructivismo de Von Foster. Ed. Paidós, 1994, pag. 26
[6] Son los modelos mentales que despliegan los directivos, no sus herramientas o técnicas, lo que determina su capacidad para enfrentarse a lo desconocido  (Ralph D.S. (1992) Gestión del caos. Estrategias empresariales dinámicas para un mundo impredecible.  Ed.S, 1994, Barcelona, pág. 19)
[7] Ibáñez, J. (1991) El regreso del sujeto. La investigación social de segundo orden. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1994, pág. XXIII





Jordi Muner
Pedagog, mediador i psicoterpeuta familiar. 


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